KARINA SERENI (Yacanto, Córdoba, 1982)
ESTACIÓN DE SERVICIO
Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología.
Aquí, por caso, en la estación
de servicio en el medio de la nada
miro a la hermosa empleada
enfundada en sus calzas adherentes
que se inclina al costado de un Land Rover
mientras con una mano
aferra la manguera
negra y flexible de la nafta
y con la otra
con delicada gracia ella sostiene
el cilindro metálico que se hunde
en estrías concéntricas en el hueco del tanque.
No sé qué pensarán los otros clientes
que asisten a esta diaria epifanía
en uniforme azul de YPF:
febril mi frente, enferma ya imagina
su belleza sin ropa de espalda en el capot,
de par en par abiertas sus piernas longilíneas
y para el frío acero más cálido destino.
Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología.
Ahora veo al hombre que en la cueva
profunda, oscura de la gomería
lo mismo que un moderno Polifemo
negro de grasa, de sudor untuoso,
ágil maniobra con la llave cruz
y luego con sus manos poderosas
manipula la goma de una cámara,
la aprieta y la retuerce y la sumerge
en un gran cubo de agua tenebrosa
hasta que las burbujas ascienden desde el fondo…
No sé lo que verán aquí los otros:
yo me veo a mí misma
crucificada en esa férrea cruz,
manipulada sin piedad,
sin piedad retorcida y sumergida
una vez y otra vez y una vez más
en el líquido ciego, lustral de la lascivia.
Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología
que espero no curarme ni en la muerte.
CECILIA ROMANA (Buenos Aires, 1975)
MUDANZA
Te dormiste boca arriba.
A las cuatro de la mañana
balbuceaste un nombre.
No me inquieta.
Tu parte oscura jamás me interesó.
Yo quería un hombre para vivir.
ESTELA FIGUEROA (Santa Fe, 1946)
LA ENAMORADA DEL MURO
I
La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
Pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces —qué deseo
y qué orgullo caben en ella—
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.
II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene al muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
la enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.
III
Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“Él es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.
IV
Vampiro en el jardín
Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.
Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?
Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.
No hay culpa
en la pasión.
“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”.
En sí misma
Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.
Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.
Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
Hasta se puede dudar de su existencia.
“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es el muro.
Es tu esplendor”.
CLAUDIA MASÍN (Resistencia, Chaco, 1972)
LA GRACIA
A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta
a su curiosidad, a su pasión por todas las cosas, más que daño
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida,
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega,
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.
SELVA DIPASQUALE ( Buenos Aires, 1968)
DE LA FAMILIA DE LAS OLEÁCEAS
Hay un hilo de agua
que se había ido
de mí
y ahora vuelve:
¿Lo ves?
El brazo
de un río
que retrocede.
Yo misma
estoy adentro
de un recipiente
con agua.
Agua apilada
que circula
en cuadrados
dispuestos
uno arriba de otro
de manera irregular.
Algunos cuadrados
son transparentes,
otros color naranja,
otros miel.
Examino
mi cuerpo
desde afuera,
sin ansiar
nada en particular,
incluso con una mano
sosteniendo el mentón.
Hasta tengo tiempo
de considerar que
debería reunir
todo lo anotado.
Es mi cuerpo
con las pulpas
ensanchadas.
El agua es silenciosa,
cortante.
Te puede parecer
que sangro
pero no,
sólo y por momentos,
me ahogo un poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario