Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

sábado, 19 de agosto de 2017

LEO MERCADO (Salta, 1982)


TAXONOMÍA

Parece más fácil de lo que es. Pero no. Y uno cree que pasar la escoba por el piso mugroso redime o excusa la anatomía de una geografía cuanto menos extraña. Pero tampoco. Y llueve. La lluvia ha sido hecha para atormentar mi encierro. Por destino ordeno, clasifico, enumero. Este osario dispuesto de manera azarosa sobre la mesa de mi laboratorio carece de lógica precisa o rigor científico. Podría entonces tirarlo a la mierda sin mayor culpa académica. Pero menos.
Entonces sucede el milagro.
Hay doscientos dos huesos sobre el plano. Pero sólo el cúbito marca la señal, y el radio la sentencia. Me arrastro así por carpos y metacarpos artrósicos, deformados. Las noticias indican empuñadura diestra y defensa siniestra. Y en el cráneo despabilo la traición, que en el tiempo de larga duración tal vez no era tal.
Guerrero, soldado, sicario. Las marcas en su cuerpo no indican que dio, pero sí que recibió, y que sobrevivió para contarlo. O al menos hasta que el proyectil de obsidiana, clavado en su occipital (que con precisión quirúrgica conseguí extraerle cuando lo desterré de su sueño eterno) le dio muerte.
Esta noche, él, de aproximadamente cincuenta años de edad y yo, de casi treinta, nos debatimos en ferocidades sin sentido. Hay cinco mil años de historia entre nosotros. Yo le miro las cuencas vacías de los ojos. Él, me oculta un pasado indiscernible.
Parece más fácil de lo que es. Pero no. Mierda. Mierda. ¿Y vos hablás de volver al mar? No sé, che.
Y el café, claro, el café. Ese que recuerda que comparto mi vida con muertos a los que intento sacarles verdades. Que tengo que barrer el piso y putear, por costumbre, para que un pasado ajeno pase a formar parte de la bolsa de basura que voy a tirar en un contenedor en la esquina, después de sacarme los guantes, ponerme la campera, decir chau hasta mañana y renegar por las dudas, porque la lluvia (claro, la lluvia, la que había olvidado) y yo sin paraguas. Con la certeza absoluta de que aquel con el que tomaré café mañana, nuevamente, será el muerto por la espalda, el traicionado, el asesinado, y no el maestro, ese que, acaso ciertamente, volvió al mar, buscando quizá anclar en las Canarias.

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