LAS BRUJAS NO DICEN ABRACADABRA
No era una bruja, aunque le gustaba que los niños lo creyeran. Se les acercaba entrecerrando los ojos y moviendo las manos como si fuera a echarles encima un hechizo.
Algunas veces los niños huían. Otras, se paralizaban, aterrados. Si no había nadie cerca, era fácil tomarlos y desaparecer con ellos. Lo difícil era descuartizarlos; pero después de tantos años de experiencia, la tarea se había simplificado. A fin de cuentas, el cuerpo de un niño se parece al de un pollo.
Claro, sin las plumas.
De:”Señoritas imposibles. Antología de microcuento megro” (2016)
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