Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 31 de julio de 2016

ALEJANDRO BENTIVOGLIO (Avellaneda, Buenos Aires, 1979)


EL REY PRONTO A CAER

-¿Dónde está el bufón? –preguntó el rey.
No entendía el por qué los ministros no dejaban de mirarlo y sonreír.
De: “Paul está muerto” (2011)


LECTURA SUGERIDA CLXIV




“Historias ocultas en la Recoleta” de María Rosa Lojo
Colaboración en investigación histórica de Roberto L. Elissalde
Planeta-Aguilar. Buenos Aires. 1998



sábado, 30 de julio de 2016

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS – Julio 2016 -


Biblioteca Sarmiento informa la incorporación de material bibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:

  • ·         “El retrato de Rose Madder” de Stephen King
  • ·         “La respuesta está en el viento” de Johannes M. Simmel
  • ·         “La vida de las abejas” de Mauricio Materlick
  • ·         “El goce y la crueldad. La vida del Marqués de Sade” de Guy de Massillon
  • ·         “El fisgón” de May Lorenzo Alcalá
  • ·         “La ley del amor” de Laura Esquivel
  • ·         “Dubai” de Robin Moore
  • ·         “La magnífica lunática. Vida de Sara Bernhardt” de Cornelia Otis Skinner
  • ·         “El peso de la verdad” de Domingo Cavallo
  • ·         “Derecho a la esperanza” de Graciela Fernández Meijide
  • ·         “Stalin. El último de los zares” de B.Michal, P. Nouaille, C. Guillaumin, A. Manevy
  • ·         “Los médicos de la muerte. Una nueva orientación de la medicina alemana” Tomo I, Tomo II y Tomo III. Edición bajo la dirección de Jean Dumont


Todo el material mencionado ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores.


SANDRO CENTURIÓN (Formosa, 1975)



NO TOQUEN MIS CARTAS


Fue allá por el 2001, como todos los sábados a la noche nos juntábamos para jugar al truco, el negro zombi, La Pora Ortigoza, Kelonios Bornes y yo. Era una excusa para no dejar de encontrarnos, y hacer lo que suelen hacer los amigos que disfrutan de la cercanía de ese otro ser humano que pone el oído y se ríe de las pelotudeces que uno dice. Kelonios Bornes fue el último de los cuatro en llegar, con su arribo dimos inicio a la partida de truco y abrimos una botella de vodka que Bornes en el primer trago se encargó de dejarla por la mitad. Ninguno de nosotros tenía fama de bebedor pero sin duda quien más se esforzaba en serlo era Kelonios Bornes. Aquella fría noche de julio Kelonios tuvo su primera, única, y gran borrachera, por lo menos hasta ahora.
La partida de truco estaba a punto de definirse, el marcador indicaba 12 a 10 en buena para el negro zombi y yo. Entonces, pasó aquello. Kelonios Bornes liquidó en el tercer trago la botella de vodka, dijo “permiso, muchachos, ya vuelvo. No toquen mis cartas o les corto las manos” y se dirigió al sanitario con aparente paso firme.
La partida se detuvo, y acaso también lo hizo el tiempo, fue como si desde entonces la noche nos hubiera pedido prestados los chistes malos, el pensar espontáneo, la risa fácil y la reflexión compartida. La espera se hizo recuerdo, y habitó entre nosotros.
Es cierto que aquella noche fuimos varias veces a ver qué le había pasado a Kelonios Bornes. ¿Todo bien?, le preguntaba, todo bien, me respondía, no toquen mis cartas o les corto las manos”. Entonces, lo dejábamos sólo en el sanitario y volvíamos a la espera, a la charla, al vino comprado a deshora en lo de don Octavio, a contar historias ya contadas tan solo para disfrutar escucharnos unos a otros volver a contarlas. Al amanecer nos fuimos, sobre la mesa quedaron las cartas de una partida inconclusa. “Nos vamos Kelonios, ¿todo bien?”, le dije. “Todo bien. No toquen mis cartas o les corto las manos”.
Quince años después Kelonios Bornes sigue en el mismo lugar, encerrado en el sanitario recuperándose de a poco de aquella borrachera inagotable. Sabemos que está vivo. “¿Todo bien?” le pregunto. “Todo bien”, me responde, “no toquen mis cartas o les corto las manos”. Entonces, como todos los viernes, de los últimos quince años, los tres volvemos a la mesita de madera. Yo miro mis cartas y espero a que Kelonios en algún momento salga. Ha de tener una buena mano, digo, y pienso que a lo mejor con el siete de oro y el as de bastos no alcance para ganarle.


LECTURA SUGERIDA CLXIII




“Una sombra donde sueña Camila O´Gorman” de Enrique Molina

Seix Barral. Buenos Aires-Barcelona. 1996

viernes, 29 de julio de 2016

MARÍA CRISTINA RAMOS (San Rafael, Mendoza, 1952)


RECETA PARA HACER PAN


Haga volar los sueños
sobre llanos sin dueño,
sobre llanos de harina,
sobre montes pequeños.
Pida al sol temperatura,
pida al fuego su ala pura
para cuidar los secretos
de levar la levadura.
En la miga, en la corteza,
sople las pocas certezas
que la vida le ha enseñado.
En bordes de azúcar teja
la huella de alguna queja
y los amores guardados.
Y después cubra la masa
con el lienzo de la espera,
y sóplele primavera
con una flauta de pan.


LECTURA SUGERIDA CLXII




“Arte de pájaros” de Pablo Neruda
Colección: “Biblioteca Clásica y Contemporánea”

Losada. Buenos Aires. 1996

jueves, 28 de julio de 2016

JUAN EDUARDO ZÚÑIGA (España, Madrid, 1929)


LA PRISIONERA

Estoy en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su dueño. La tarde es húmeda, y otoñal el ocaso; en el blando suelo las hojas mueren adheridas al barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los árboles que forman paseos en los que mudas estatuas, sobre pedestales de hiedra, alzan su desnudez.
Quisiera recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace crujir el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en las balaustradas del parterre ante la fila de bustos que la intemperie enmascaró con manchas verdinegras.
Estoy ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre el oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del tiempo pero estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día, tras los cristales, aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de tul y largamente pasea su mirada por los senderos que se alejan hacia el río. Vestida de color violeta, siempre seria, eternamente bella, conserva su rostro juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de alguien que ella espera. Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi presencia, acaso no me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por las lluvias; desearía que sus dedos me rozasen antes de que su mano se haga transparencia. Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de durísima piedra.


LECTURA SUGERIDA CLXI




“Casa Tomada y otros cuentos” de Julio Cortázar
Colección: “Serie Roja”

Alfaguara. Buenos Aires. 1995


miércoles, 27 de julio de 2016

ADOLFO BIOY CASARES (Buenos Aires, 1914-1999)


JUSTO CASTIGO

Los demonios me contaron que hay un infierno para los sentimentales y los pedantes. Ahí los abandonan en un interminable palacio, más vacío que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar de la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el físico, etcétera.

Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.


LECTURA SUGERIDA CLX




“Al sur de Gironda” de María José Alcaya (Primer Premio)
“Pet-Shop” de Manuel García Migani (Mención)

Colección: “Preios Literarios Vendimia 2009 - Serie Dramaturgia


martes, 26 de julio de 2016

GERMÁN BIANCHINI (Mendoza, 1977)



IMÁGENES POÉTICAS EN CINCO PALABRAS


ENTREGA
Sin acusar el dolor,
amar.


CELOS
Acechar
siempre
las propias sombras.


TRISTEZA
Verte partir sobre una lágrima.



PODER
Destrozar tus sueños
mientras sonrío.


LIBERTAD
Elevarte
sin necesidad
de volar.


PASADO

El surco de los recuerdos.


LECTURA SUGERIDA CLIX



“La deriva” de Daniel Veronese
Colección: “Lengua/Teatro”

Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires. 2005

lunes, 25 de julio de 2016

DANIEL FRINI (Córdoba, 1963)


LAS CAUSAS OCULTAS

—¡Me tenés podrida con llamarme «La Bruja» delante de tus amigotes! ¡Tengo nombre, carajo! ¡Si querés que sea bruja, entonces vas a ver! ¡Mirá cómo salgo gritando: «¡Soy una bruja, soy una bruja!» —le dijo Elizabeth How a su marido, mientras salía a la calle, a grito pelado, rompiendo la calma veraniega de aquel 15 de julio de 1692 en la tranquila villa de Salem, en la colonia de Nueva Inglaterra.


LECTURA SUGERIDA CLVIII



“El hombre del rostro negro” de Salvador Vozzi
Colección “Premios Literarios Vendimia 2009-Serie Cuento”
Tapa: Andrés Imparado

Ediciones Culturales Mendoza.
Mendoza. 2009

domingo, 24 de julio de 2016

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA (España, Madrid, 1888-Argentina, Buenos Aires, 1963)


 GREGUERÍAS
(Breve Selección)


Los girasoles son los espejos de bolsillo del sol.

Después de comer arroz tenemos buches de palomas.

Nadie como el padre sabe extender la manteca en el pan de los hijos.

Si el mar está limpio, es porque se lava con todas las esponjas que quiere.

La zanahoria es el rabo alegre de la huerta.

El termómetro es el alfiler de corbata de la temperatura.

La X es la silla tijera del alfabeto.

Todas las plantas de los jardines botánicos preguntan por Linneo.

El mover una mesa entre dos tiene algo de traslado de féretro.

Las golondrinas entrecomillan el cielo.



LECTURA SUGERIDA CLVII



“Romance de tango” de Lucía Gálvez - Enrique Espina Rawson
Norma. Buenos Aires. 2005


sábado, 23 de julio de 2016

SUSANA SZWARC (Quitilipi, Chaco, 1952)


NOCHE INMENSA


Era ese momento de la noche en que uno despierta casi a gritos, justo antes del final de un sueño tenebroso.

Caminé en la noche y me puse en puntas de pie para mirar aún más la oscuridad a través de la ventana.

Y la oscuridad simulaba quietud. Choqué sin querer con los relojes. El tiempo transcurría. Por lo que decidí ocultar los relojes.

Sin embargo cuando observé otra vez el exterior ya casi amanecía.

Tenía tanta sed. Y mi cuerpo estaba tan mojado por el calor del verano en el pueblo (a pesar de que yo ya vivía en la ciudad).

Hubiese querido ser deseada por alguien. Pero, ¿quién se atrevería a desear a una moribunda?.


De “El artista del sueño y otros cuentos” (1981)


 

LECTURA SUGERIDA CLVI


“La rosa profunda” de Jorge Luis Borges

Emecé. Buenos Aires. 1973

 

 

viernes, 22 de julio de 2016

MARYLENA CAMBARIERI (Viedma, Río Negro, 1964)

 

SUICIDIO


Se arrojó del último piso. Nadie supo si era un acto de valentía o de cobardía. Pero no hubo dudas de lo siguiente: era un acto de arrojo.


De “Las otras ventanas” (2015)


LECTURA SUGERIDA CLV

 

“Diario de la guerra del cerdo” de Adolfo Bioy Casares

Colección “Cruz del Sur”

Emecé. Buenos Aires. 2013

 

jueves, 21 de julio de 2016

LEONARDO DOLENGIEWICH (Mendoza, 1986)


DESTINO CRUEL

La escritora y el cuentacuentos decidieron ponerle a su primera hija un nombre simbólico, que le señalara a la niña un camino. Pero Scherezade nació muda.
 
De “La buena cocina” (2015)

LECTURA SUGERIDA CLIV


“El cuadro de Anneke Loors” de Susana BombalEmecé. Buenos Aires. 1963


miércoles, 20 de julio de 2016

JUANA BIGNOZZI (Buenos Aires, 1937-2015)


VIDA DE RELACIÓN 

 

En las mismas habitaciones con el mismo reloj

revivimos historias de los que se han equivocado

nosotros los que nunca haríamos eso, los que entendemos

seres solitarios con amores ocultos

si ellos pudieran entender los pobrecitos que aconsejan viajes

yo como persona que amo las hermosas formas de la muerte

y que ahora sólo espera no morirse hasta entender

si mis hermosos amigos casi todos preocupados por la vida

pudieran quitarse la capa

yo les hablaría de la alegría les contaría historias sencillas

cuentos para alguien que quisiera vivir.

Si ellos dejaran de pasearse por el mundo

yo les hablaría de alguna de las vidas que aún escucho

si yo estuviera totalmente loca o totalmente muerta

si alguna vez me dejaran sola sin ningún nombre

quiero decir sin preguntarme quién soy

yo les diría ciertas mujeres con amores tristes

conocen como nadie el sol de la tarde

las tazas de café compartidas

las sabias charlas sobre el tiempo

con mis hermosos amigos casi del alma

hablo del cambio de estación

de los viajes tan necesarios para la gente con inquietudes

yo les diría para los demás aún hay formas de convivencia

para nosotros, sólo ciertos cariños por las locuras

ciertas charlas que nos cuestan agonizar durante años

calles caminadas recaminadas

nosotros en realidad

gente con oficios que no sirven para triunfar

gente que se envenena dulcemente casi con amor.

 

 

LECTURA SUGERIDA CLIII


“Fin de fiesta” de Beatriz Guido
Colección “Biblioteca Clásica y Contemporánea”
Losada. Buenos Aires. 2010


martes, 19 de julio de 2016

CARMEN DORADO VEDIA (España, Madrid, 1959)


LLORÉ

 

La vacía tarde de primavera en que descubrí mi antiguo cuaderno de viajes me llevó a evocar aromas, sonidos, gentes, lugares y paisajes de primaveras pasadas. Lo abrí. De entre sus páginas cayó una flor, y comencé a llorar.

Lloré por el desierto y sus moradores, por el límpido Éufrates y las aldeas que baña; lloré por Palmira, y sus ruinas de oro y mármol; por Damasco, por sus zocos y los imaginé vacíos; lloré por sus mezquitas, por el canto del almuédano, y añoré el dulce despertar que me proporcionaba; lloré por los niños que jugaban al pie de la Ciudadela; por Luis, Mohammed y Maher, nuestros guías; lloré por Mustafá y Víctor, mis proveedores de sedas y perfumes, por Papá Abdalá y sus dagas damascenas; por Huda y Lina, siempre dispuestas a ayudarnos; por Safia, que en una tarde lluviosa nos llevó en su coche hasta el hotel; y lloré por los niños que a la entrada de las Ciudades Muertas me obsequiaron con la flor que ahora reposaba entre las páginas de mi diario.

Sentí infinita conmoción, infinita lástima, y con esas lágrimas restauré el mosaico de mis recuerdos.

 

LECTURA SUGERIDA CLII

 

Títeres y teatro para niños” de José Pedroni

Botella al Mar. Buenos Aires. 2013


lunes, 18 de julio de 2016

LECTURA SUGERIDA CLI



Crónicas del Ángel Gris” de Alejandro Dolina
Booket. Buenos Aires. 2011


EUGENIO MONTALE (Italia, Génova,1896 – Milán,1981)



DESPUÉS DE LA LLUVIA

 

Sobre la arena mojada aparecen ideogramas
como patas de gallina. Miro hacia atrás
pero no veo refugios o asilos de aves.
Habrá pasado un pato cansado, quizá cojo.
No sabría descifrar ese lenguaje
aunque fuera chino. Bastará un soplo
de viento para borrarlo. No es cierto
que la Naturaleza sea muda. Habla sin ton ni son
y la única esperanza es que no se ocupe
demasiado de nosotros.

 

(Traducción de Carlos Vitale)


domingo, 17 de julio de 2016

LECTURA SUGERIDA CL


“Cuentos de amor, de locura y de muerte” de Horacio Quiroga
Colección “Biblioteca Clásica y Contemporánea”
Losada. Buenos Aires. 1990


LUCIAN BLAGA (Rumania, Lancrăm, 1895 - Cluj-Napoca, 1961)

YO NO APLASTO LA COROLA DE MILAGROS DEL MUNDO
Yo no aplasto la corola de milagros del mundo
ni extermino
con la inteligencia los enigmas que encuentro
en mi senda,
en las flores, en los ojos, sobre labios o tumbas.
La luz de los otros
ahoga el hechizo de lo desconocido que se esconde
en las profundidades de la oscuridad,
pero yo,
yo con mi luz aumento el misterio del mundo.
Así como la luna con sus blancos rayos
no disminuye, sino, temblorosa,
aumenta más el secreto de la noche,
así enriquezco yo también el oscuro horizonte
con altas flores de sagrado misterio
y todo lo que es incomprensible
cambia en misterio más grande todavía
bajo mis ojos,
porque yo amo
flores y ojos y labios y tumbas.
(Versión en español de Darío Novâceanu)


sábado, 16 de julio de 2016

LECTURA SUGERIDA CXLIX



“El fisgón” de May Lorenzo Alcalá
Colección “Narrativas Argentinas”
Sudamericana. Buenos Aires. 1992


HERNÁN RONSINO (Chivilcoy, Buenos Aires, 1975)


FEBRERO

Hoy volví para ridiculizar la sensación que tuve de haberme muerto. Hoy, hace un año. ¿Eso significa algo? ¿Eso tiene que significar algo? Tengo en mi cartera el recorte del diario. La cara de Osiris Berman destrozada, sobre el asfalto pálido de la avenida Suárez. Yo no estoy en la foto. Yo soy, en el recorte, un comentario vago e impreciso. La laguna ahora está quieta. Hay un cielo gris. Hace frío. Hay pájaros en bandadas, detrás de unos juncos. Yo estoy bajo el sauce. Retirada del balneario. Apenas la suave brisa arrastra el murmullo de un par de parejas, de los pescadores -en bote o metidos hasta mitad del río, donde el Salado y la laguna se unen, donde hay olor a melancolía. Pienso en eso, en el olor a melancolía, mientras un mosquito se posa en mi vientre blanco, crecido. Si me pica, ¿picará también al bebé?
Ahora recuerdo aquel día: 10 de febrero de 1999. Domingo a la tarde. Yo estaba en Chivilcoy. En casa. Recostada mirando una película. A Martín se le había dado por encontrar una maqueta que había hecho en la facultad. Empezó a desordenar la casa. Me pidió que lo ayudara y me negué. Por eso se puso agresivo. Yo no tenía ganas de pelear. Estiré la mirada hacia el mueble de las fotos, y la vi a Leonor. Supe, inmediatamente, que tenía que ir a verla a Junín. Me vestí enseguida. Me armé una canasta con frutas y tartas. Evité el definitivo choque. Le di un beso en la boca, y le dije que me llevaba el auto. Estuvo gritando y preguntándome a dónde carajo me iba, hasta que doblé en la esquina de la despensa sin responderle.
Antes de tomar la ruta, entré a la estación de servicio, llamé a Leonor y le dije que me esperara. Se puso muy contenta. Leonor desde que se separó de Ricardo se fue a vivir a la laguna. Puso una proveeduría y alquilaba una casilla a los turistas. Los hijos de Leonor estaban estudiando en La Plata. Y ella, muy sola.
Tomé la ruta provincial, en una hora estaría en la laguna. Ya el hecho de haberme atrevido a romper la rutina sagrada del domingo me había liberado. Aunque me volviera en ese momento, ya el domingo para mí era otra cosa. Los chicos que iban a las quintas en motos y bicicletas, quedaban en el camino. Las ráfagas de olores a quinoto, durazno y frutilla me llenaban de pronto el auto. Las ventanillas abiertas, el viento zumbando en mis oídos, el pelo desparramado. Una alegría secreta, como un grito contenido en el nacimiento de mi vientre.
Viajé todo el tiempo escuchando boleros. A Luis Miguel con Armando Manzanero en el piano.
A las dos y media estaba entrando a la laguna. Era un día templado. Bordeé la costanera. Estacioné el auto frente a la proveeduría. La zona de los bañistas estaba del otro lado. Por eso la tranquilidad, el ruido del viento entre las ramas de los árboles, y los pájaros. Leonor estaba debajo de un sauce llorón, con un sombrero de mimbre cubriéndole la cara. Empecé a caminar despacio, con una manifiesta emoción –hacía un año y medio que no nos veíamos-. Antes de acercarme a Leonor, lo vi salir, de los baños, se estaba secando el pelo, recién bañado, rubio, el cuerpo con restos de infancia, encerrado entre la infancia y una prematura madurez. Alto, flaco. No dejaba de mirarme. Me miraba como si me conociera, como si fuera uno de mis alumnos. También su mirada estaba atrapada en una confusión, entre infantil y madura. ¿Qué es lo que le llamaba la atención de mí? Yo todavía estaba vestida, ni siquiera me veía con la bikini floreada, con mis pechos cada día más grandes, bamboleándose. Él era hermoso. Llamativo. Era imposible no mirarlo. No dejábamos de hacerlo, cada vez con mayor intensidad. Pero él qué veía en mí. Ninguno de los dos nos incomodábamos, parecíamos encontrar en los ojos del otro una rareza, una emoción desconocida, un murmullo alocado y sanador.
-¡Emi! – gritó Leonor.
Yo la miré sobresaltada. Con los ojos rotos. Nos abrazamos. El mismo olor a crema. Después levanté la cabeza, y en la zona de los baños él ya no estaba.
Hoy volví para ridiculizar la sensación que tuve de haberme muerto, escribo en una hoja que no guardaré, que voy a tirar a las ocho menos diez de la tarde, en la esquina de la iglesia Santísima Eucaristía, y que el viento se llevará. Hoy volví para sentir que el tiempo desaparece como el agua entre las piernas de aquel pescador. O como el viento entre las ramas de este árbol. El protagonista de la novela que ahora tengo en mis manos siente al irse de Venecia que muere en cada brazada del gondolero, parado en un extremo, con las piernas abiertas y firmes. Pero vuelve. Y las brazadas ahora no duelen, esconden una risa. Tal vez la muerte sea lo único preciso –la muerte verdadera (no la sensación de habernos muerto)- y la vida sea una exageración. Voy a escribir la vida es una exageración, en el papel que después, en otra ciudad, voy a tirar, para que el viento se lo lleve. Pero no lo escribo.
La tarde de hace un año atrás fue muy distinta a esta tarde. A esta sensación que es la tarde. Desde donde ahora escribo. Aquella tarde nos pareció intensa, luminosa. Caminamos bajo el sol de febrero, aferradas de los brazos, con ganas de volver a dejarnos crecer en las miradas una posible esperanza, una remota forma de ser distintas. Los años nos caían encima como pájaros asustados. Alquilamos unas bicicletas y recorrimos la costanera. Después alquilamos un bote y nos internamos en la laguna. Nos alejamos pocos metros de la costa. El sol todavía estaba alto y fuerte. El rumor del agua y el silencio me hundieron en un estado de ensoñación. Volvimos pronto porque Leonor tenía que abrir la proveeduría.
- Siempre cierro una hora: me tomo una hora para mí – decía.
Antes de bajar del bote, me saqué la ropa, quedé con la bikini, y me tiré al agua. Nadé. El agua me ceñía el cuerpo, me abrazaba, era como una contención desproporcionada: cálida, espesa, marrón. Leonor se mojó sólo los pies. Cuando salimos del agua, lo volví a ver. Sentado bajo la sombra de un árbol, solo. Estaba desenredando una tanza. Leonor advirtió la manera en que miraba. 

-Son de Chivilcoy, hace dos días que están. Vinieron a pescar.

Yo no hice comentario.
A las seis de la tarde, aparecieron tres en la proveeduría. Tendrían quince años. Uno de ellos era Osiris. Compraron galletitas. Pidieron y eligieron los otros dos. Osiris no dijo nada. Se dedicó a mirarme. Parado en la entrada, a un lado del metegol. Yo estaba sentada, en la reposera de lona, echándole un vistazo de vez en cuando a la laguna y a él. Cuando salieron los otros dos, jugaron un partido de metegol. Osiris no jugó. Con un aire melancólico - tenía el mismo espíritu que el río -, se puso a caminar, alto, flaco, descendiendo por un camino que se llenaba cada vez más de sombras, ignorado por sus compañeros, pero sabía que por mí no. Yo esperé que se diera vuelta, pero no lo hizo.
Los dos terminaron de jugar y corrieron apurados, decían que se les hacía tarde, que perdían el colectivo de la vuelta. Quince minutos después, pasaron con unas mochilas, los dos adelante, y Osiris, alto, flaco, hermoso y melancólico, mirando la laguna, un paso detrás. Los dos saludaron a Leonor, que ahora estaba sentada junto a mí. Los vimos salir y perderse por el camino que lleva a la ruta nacional.
-Gustavo Aschenbach – me dijo entonces Leonor.
La miré sin entender.
-Sos Gustavo Aschenbach.
Los comentarios intelectuales de Leonor a veces, debo decirlo, me molestaban. Ella sabía que yo había perdido hacía rato el hábito de la lectura. Pero esa vez, como casi todas las veces, la ignoré.
Hoy llegué media hora después que el año pasado. Hoy es lunes. Martín llegó a casa al mediodía, con hambre. Le dolía la cabeza. Prendió el televisor. Murmuró dos o tres palabras, mientras comíamos la ensalada de lechuga y el bife jugoso. Después dijo que el auto lo dejaba porque tenía una reunión en Moquehuá y lo pasaban a buscar, y además aclaró que iba a volver tarde. Cuando se recostó, preparé todo y salí. Hace frío. Nunca viajé en el auto nuevo. No lo conozco. Por eso viajé más despacio. No paré en ninguna estación de servicio, ni hablé por teléfono con Leonor, ni crucé en el camino a chicos en bicicletas yendo para las quintas. Tampoco el viento me zumbaba en los oídos, ni me despeinaba. Iba conquistando una especie de distancia. Descubrí, esta tarde, hace un rato nomás, que a pesar del número que muestra el almanaque, 10 de febrero de 2000, este día no tiene nada que ver con aquél, salvo en una región: en la memoria, en mi memoria y en la de los padres de Osiris. Este día no significa nada, por ejemplo, para Martín. La laguna está desierta. Hay dos o tres parejas, abrigadas, tomando mate. De vez en cuando una lancha, lejos, cruza la laguna. Elijo el mismo sauce para estacionar el auto. De los baños no aparece nadie. Es absurda esta necesidad de reencontrarme con un acontecimiento que tal vez no haya existido. Tal vez lo haya inventado todo. El paisaje, el día, el clima, me motivan a pensar eso. Me siento bajo el sauce. Leo un fragmento de la novela. Después camino por la costanera. Hay un heladero, con la ropa blanca y las letras de Frigor descascaradas en la espalda. Está metido para adentro. Como casi todos hoy. No grita: ¡Helado… palito, bombón, helado! Hará doce grados. Me da pena su espera vana. Le compro un bombón. No agradece. Camino por el muelle. El viento, frío, me sacude más. Llego hasta el final. El cielo está veteado de grises. El agua y el cielo se funden en los extremos. El sol es un punto, minúsculo, blanco. El helado me molesta los dientes. Tengo ahora el palito, duro, seco, entre los labios. Desciendo por una escalera pequeña. Me siento debajo del muelle, sobre una roca. El agua parece que va a tocarme, pero siempre llega hasta el mismo nivel. Desde allí veo el edificio de Leonor, cerrado, torcido, como si fuese una maqueta. La casilla detrás, con los pastos altos. Mi auto es nada más que la trompa. El resto está tapado por los árboles y por una viga de fierro que sostiene al muelle. Tiro el palito. El agua se lo traga. Leo de nuevo. Gustavo Aschenbach. La lancha vuelve a cruzar la laguna. Antes de llegar al puerto se detiene el motor, entonces se escuchan las voces de los tres tripulantes, traídas por el viento, que siguen hablando fuerte, innecesariamente. Algo me hace acordar a un sueño que soñé, en una siesta, hace dos meses: En el baño sucio de una estación de trenes, en un pueblo abandonado: el cuerpo de Osiris destrozado en el suelo, igual que en la foto del diario; me habla, corro, hay pájaros, la cara de Gorrión Márques, manteles flotando con manchas de vino, risas, la voz de Osiris arrastrada como la de esos tres tripulantes, un pantano, me hundo en el pantano. El sueño se interrumpe.
El 10 de febrero de 1999 me marché media hora después de la partida de los chicos. Nos estrechamos en un abrazo fuerte y en promesas de próximas visitas. Pero lo concreto es siempre lo más pequeño. Y esa fue la última vez que la vi a Leonor. Antes de salir de la laguna, me corrió, gritando, y me dijo:
-Tenés que leer este libro, gordita.
El libro era La muerte en Venecia. En esas hojas quedaban rastros concretos de Leonor: marcas que había hecho con lapicera; en la última hoja su nombre escrito con tinta negra; y un teléfono de Capital Federal. No sé por qué un día llamé a ese número: me atendió un hombre con voz de locutor, feliz, como si estuviera en medio de una fiesta. Corté sin decir nada.
La tarde calurosa despertaba recuerdos: el olor de la brea derretida. La ruta, una serpiente centelleante. Manzanero tocaba siempre lo mismo, pero parecía distinto. Luis Miguel me arrancaba un grito y una necesidad de hacer el amor, y pensaba con quién hacerlo. Pensé en Martín, y no quise ir a casa. Para qué. La cara de Osiris – se entiende que todavía no sabía su nombre, que su nombre lo iba a descubrir al día siguiente en el diario -. Mezclada con la voz de Luis Miguel, imaginaba a Osiris, desnudo, masturbándose, y me metía después en la cabeza de Osiris, que se masturbaba imaginando que me hacía el amor, y me excitaba más eso que pensarlo desnudo, cogiéndome, en una cama.
Llegué a Chivilcoy. Maní con chocolate. Poca gente alborotada en las puertas del cine Metropol. Vuelta a la plaza. Avenida Suárez. Semáforo. Pensé que tenía que planchar. Quería pasar por la estación de ómnibus. Quería verlo. En una de esas me animaba. Lo invitaba a subir al auto. Lo llevaría a pasear. A un hotel. Le haría el amor. En el bar Residencia una pareja discutía. Entré a la estación. En la plataforma sólo estaba en marcha el colectivo local. Alguien lo limpiaba para dar una nueva vuelta. Estacioné en la esquina. Descubrí la claridad del atardecer. Una claridad que asomaba detrás de los edificios abandonados que rodean a la estación. Estuve un rato y salí. Llegué a la plaza España. Me pareció ver a Osiris caminando, solo, hacia los molinos. Doblé por la calle Pellegrini, en contramano. Iba despacio, pegada a la mano de Osiris. Lo llevaría a un hotel. Pero a medida que me acercaba Osiris se transformaba en otro. Doblé con bronca en Brausen. Seguía en contramano. Por eso me quedé como una polizonte, escondida entre las sombras, esperando el momento oportuno para tomar la avenida. Tuve el presentimiento de que no venía nadie, que de la avenida no venía nadie: aceleré demasiado. Tomé la avenida. Vi la puerta verde de la iglesia, entreabierta, para la misa de las ocho. Vi el mercadito de la esquina, los cajones. Pensé en volver a casa de una vez por todas. El golpe me trajo de vuelta a un espacio concreto. El auto se sacudió en la esquina de la iglesia Santísima Eucaristía y la avenida Suárez. Después vi el asfalto pálido, los pinos encorvados en la plaza España, incluso el mástil de la plaza principal, en el fondo de la avenida, medio borroso. Y porque mi corazón se aceleró, doblé en la esquina de Pileta.
Volver. Las cosas cambian. Ya no son las mismas. Entonces el recuerdo, aunque triste, se erige como salvador, y pierde todo lo que tiene de absoluto. De derrumbe total. O de triunfo también absoluto. Osiris ya no está. Leonor eligió otro lugar. El día no es –aunque sea el mismo día que el año pasado, 10 de Febrero– un día lindo: está gris y tormentoso. Yo tampoco soy la misma. Mi vientre, por decir algo, cada día crece más, desde hace cuatro meses. Si es varón se llamará Juan Martín, dice Martín. Y si es mujer se llamará María Emilia, dice Martín. Me dan ganas de meter la cabeza en la laguna, dejar el cuerpo bajo la sombra fresca del muelle, y hundir la cabeza en el agua sucia de la laguna. Entonces, cuando hunda la cabeza en el agua sucia de la laguna, y tenga el cuerpo seco, bajo la sombra fresca del muelle, podré abrir los ojos, mirar cada filamento de luz clavándose en las profundidades de una tierra vieja. Habrá latas, plásticos. Si hundo la cabeza, pienso, en el agua sucia de la laguna, y abro los ojos, no voy a ver peces, nadando, viviendo, amando. Lloro. Después vuelvo a caminar por la costanera. Hay un viento cada vez más fresco. Me toco el abrigo. En el bolsillo sobresale el lomo del libro. El mismo viento trae el hedor de los baños. Acelera una moto. Un grito. Me siento en el paredón. Mirando el agua. Abro el libro. Leo. Me gusta leer siempre lo mismo. La parte en que Gustavo Aschenbachdecide irse de Venecia, y cree, al irse, que todo es definitivo. Siente que se está muriendo. Pero vuelve de manera inmediata y eso calma el dolor que se clava en su cuerpo con cada brazada del gondolero, parado en un extremo, con las piernas abiertas y firmes. Ahora las brazadas no duelen. Esconden una risa. Hago el ejercicio mental de recordar las veces que me ha sucedido a mí, lo de no volver. Una pelea con mi hermana, Juanita, en la pieza de la pensión en La Plata. La cara de Federico Souza aplastada en la ventanilla del ómnibus, con una lágrima que se deslizaba enferma. Volver ridiculiza a la sensación de habernos muerto. Pero ahora que estoy de vuelta las cosas no son iguales. No estoy de vuelta en el mismo lugar. No está el mismo gondolero. Todo sucede corrido. Desfasado. Es raro. Tal vez esa rareza sea lo que calme. Lo que limpie el terreno para comenzar a edificar en la memoria otro edificio, y al mismo tiempo sea también lo que permita comenzar a edificar el olvido. Es hora de regresar a casa, pienso, cuando una garúa comienza a enchastrar a las cosas. A mi cuerpo. A los árboles. A las dos o tres parejas que también se marchan. A la maqueta que alguna vez fue la proveeduría de Leonor. A los pájaros. El heladero es una estatua debajo de un toldo de lona. A los autos nuevos no les cuesta arrancar. Ahora estoy en la ruta. La garúa se ha vuelto lluvia. Ha cobrado la mayoría de edad. Y también ha perdido cierta tristeza. Ya es algo definitivo. Fuerte. Es lluvia. En este viaje no escucho música. Pasando Chacabucodeja de llover. Siete y media estoy entrando a la zona de las quintas. Ya se ven las puntas de la iglesia del centro. El edificio de la plaza principal. El cartel de la YPF. En el semáforo del Parque Infantil mi cuerpo se sumerge en un nuevo orden. El calor del auto, y ese nuevo orden, me marean. Voy por la avenida de circunvalación. Me detengo en una esquina de la estación de ómnibus. La claridad del atardecer no es tan intensa. Avanzo por la calle Viamonte. No doblo en contramano esta vez por la calle Pellegrini hacia los molinos. Sigo hasta la avenida Suárez. Entonces estaciono. Camino una cuadra. Me siento en las escalinatas de la iglesia Santísima Eucaristía. La gente entra para la misa de las ocho. Estoy esperando, absurdamente, que yo aparezca con velocidad por la esquina de la calle Brausen. Tiro el papel al aire. El papel que tiene escrita solamente una frase. Un leve viento lo arrastra. Lo lleva hacia la avenida. Lo levanta. Lo hace volar. Pasa entre los cajones del mercado. Y lo sigue arrastrando hacia la Glaxo. Lo dejo ir. Hay cajones de duraznos, en el mercado. Oferta, tres kilos un peso. Me vienen mezcladas las caras del sueño y la del heladero. Rebusco en la cartera. El recorte del diario. Lo leo otra vez. Tantas veces. Conductor atropelló, mató y huyó. Yo soy un conductor. No hay testigos del accidente. Nadie vio el auto. Nadie me vio tomar la avenida. De todas maneras nunca más pasé, hasta hoy, por esta esquina. Ahora tengo otro auto. Al día siguiente Martín vino con la noticia: “Se murió el hijo del doctor Berman”, dijo, mirando la foto del diario. “¿El cirujano?”. “Sí, lo atropelló un auto, en la esquina de la iglesia. Venían de pescar en Junín… quince años… Parece que el hijo de puta se escapó. Y nadie lo vio, nadie sabe quién fue. Andá a encontrarlo ahora”, dijo Martín. Este día no me recuerda a aquel día. Sí en el almanaque. Pero eso no significa nada. Martín entra, ahora, como hace un año atrás, pero todo es distinto, lo repito, lo siento: trato de forzar una sonrisa, una cara que demuestre un día agitado, un día de muchas cosas, de pensar también en la pareja; espero que me mire, que me toque la panza, y que me dé un beso; espero que se vaya, para que suene menos importante todo, mi humor, mi mirada, el aire que me envuelve: mi secreto. Espero que atraviese la puerta del baño, que pise, con los zapatos marrones, los cerámicos blancos del baño, y le digo, por decirle algo, yendo para la cocina:
- Pelotón, traje duraznos.